La Baja Edad Media
La reforma Gregoriana
La reforma gregoriana fue un proceso iniciado por los papas germánico del siglo X, aunque recibió este nombre en honor a su promotor más destacado, el papa Gregorio VII.
En una sociedad feudal donde imperaban las relaciones de vasallaje y los límites entre lo terrenal y lo espiritual fueran difusos, el papado creyó imprescindible establecer la disciplina y corregir la moralidad del alto y bajo clero, a fin de cumplir con su misión de ser los guías apostólicos de los creyentes. Así, en el siglo XI, durante el pontificado de León IX, un grupo de hombres reunidos alrededor de Hildebrando de Soana puso en marcha (y casi completó) una atrevida empresa con la que se enfrentaron al orden establecidos y las alianzas que pretendían perpetuarlo. El objetivo de los reformadores era recordar a los miembros del clero de la dignidad e su misión y, al mismo tiempo, aclarar las autoridades políticas los límites de sus atribuciones. Además la reforma gregoriana se caracterizó por su profundo recelo hacia los padres laicos, que intervenían en la investidura de los cargos eclesiásticos y a quienes los reformadores culpaban de los grandes vicios que sufría la iglesia: la simonía, el concubinato y la corrupción. De este modo, el movimiento reformista de Hildebrando provocó el enfrentamiento directo entre papado e imperio, que se acentuó en gran medida tras la elección del propio Hildebrando como pontífice, quien asumió la tiara con el nombre de Gregorio VII (1073-1085).
El nuevo papa reiteró las sanciones previstas en la bula In nomine Domini contra simoníacos y concubinarios y amenazó con la excomunión tanto a los eclesiásticos que aceptaban cargos religiosos de señores laicos como a estos últimos que los concedían. Además, proclamo que puesto que todo poder emanaba de Dios, todos los soberanos, emperador incluido, debían someterse a la suprema autoridad del vicario de Cristo, la única figura con potestad para legitimar el poder del emperador (Dictatus papae). La reforma, que además de intentar acabar con los males que sufría la Iglesia pretendía reafirmar la supremacía del papa sobre el emperador, desató la llamada Querella de las Investiduras entre el papado t el imperio germánico, un enfrentamiento en torno al nombramiento de los cargos eclesiásticos que no se zanjaría hasta medio siglo después con el Concordato de Worms (1122), donde estipuló que el papado lideraría la reforma en Europa (además, con la ayuda del emperador).
Entre los grandes logros de los papas reformistas está la unificación de la liturgia romano-latina en toda la cristiandad, medida que intensificó las tensiones preexistentes entre la Iglesia ortodoxa de Constantinopla y la Iglesia romana. De hecho, el Cisma de Oriente y Occidente se producirá en 1054, tan solo cinco años después del inicio de la reforma.